Así perdí mi inocencia.


Yo tenía una amiga que salía con un estudiante de veterinaria que vivía de alquiler en un piso con otros estudiantes. Durante una temporada frecuenté esa casa, la mayor parte de las veces acompañando a mi amiga que iba a ver a su novio, aunque en alguna ocasión yo también llevé compañía y fue una de esas veces cuando entregué mi virginidad.
Desde los trece años recuerdo haber tenido novios con los que me besaba y a los que les permitía manosearme los pechos. Algunos me tocaron por debajo de la falda con más o menos habilidad e incluso tuve la ocasión de masturbar algún pene, pero hasta que no conocí a Marcos no estuve completamente desnuda compartiendo cama con ningún chico. Marcos era un compañero de colegio que me gustaba y al cual me había insinuado en varias ocasiones hasta que se decidió y me pidió salir. En esa época todavía se estilaban las formalidades y más en un chico que todavía no había salido con ninguna chica. Era tímido y le costaba mostrarse tal cual, lo que le hizo perder muchas oportunidades, pero yo, experta en batallas de pubertad, conseguí que diera el paso poniéndoselo muy, pero que muy fácil. Mi relación con él era solamente de entre semana, coincidiendo antes y después del colegio, pero casi nunca quedábamos en fin de semana. Yo salía con mis amigas y él con sus amigos, nuestros grupos no eran muy afines y la única posibilidad de vernos era salir solos, al margen de los amigos, lo cual con quince años resultaba bastante aburrido. Pero todo cambió a raíz de que mi amiga Isabel se liase con el estudiante de veterinaria, cinco años mayor que ella.
Isabel es una amiga de esas que haces desde muy pequeña y que a pesar de que los avatares del destino te vayan alejando, nunca pierdes el contacto y el reencuentro siempre se produce tarde o temprano. Mi relación con ella era más que amistad, había una complicidad que nos hacía inseparables aunque estuviésemos mucho tiempo sin vernos. En esa época mi relación con ella era muy fluida y la acompañaba algunos fines de semana a casa de su novio, lo que me vino de cine para poder quedar con Marcos al margen del grupo de amigas.
La timidez de Marcos resultaba un problema a la hora de afrontar nuevas experiencias y a pesar de disponer de casa y cama para poder dar rienda suelta a nuestras hormonas, el hecho de estar en una casa ajena con otras personas para él desconocidas, le cohibía a la hora disfrutar sexualmente de nuestra relativa intimidad. Pero como yo no estaba dispuesta a dejar pasar la oportunidad y se lo estaba poniendo tan fácil, no tardo en despojarse de su vergüenza y de su ropa y encerrarse conmigo en una habitación. Su experiencia era nula y la mía no superaba los besos y los tocamientos, por lo que yacer completamente desnuda a su lado, también desnudo, suponía un momento mágico y especial. Yo deseaba que me viese desnuda, sabía que tenía un bonito cuerpo y quería que él lo disfrutase a cambio de poder disfrutar yo del suyo, pero su tozuda timidez mantuvo la habitación en una cierta penumbra que impedía una visión clara de nuestros cuerpos. A falta de vista, el tacto se erigió en protagonista, las caricias, los contactos entre dos cuerpos desnudos y sobre todo el roce de su pene erecto, me trasladaron a un mundo de agitación hasta entonces desconocido para mí. Ya no necesitaba disimular mi excitación cuando sus manos exploraron mi sexo, abrí las piernas con descaro mientras sus profundos besos casi ahogaban mi respiración. Como la inexperiencia no está reñida con la osadía, su boca descendió lentamente deleitándose en mis pechos, continuando por mi vientre hasta detenerse sobre mi pubis. Nunca antes una boca había estado tan cerca de mi sexo y sentí estremecerme cuando noté su cálido aliento y su lengua rozó ligeramente mi clítoris. Le sentí dudar y mi deseo temió verse frustrado por lo que con mis manos mantuve sujeta su cabeza para que no se retirase al tiempo que flexione mis piernas para hacérselo más accesible. Su valiente atrevimiento no podía fallar a las primeras de cambio. Afortunadamente para mí, sus dudas se disiparon instantáneamente y pude experimentar por primera vez las caricias orales de las que tanto había oído hablar. Su exquisita torpeza me pareció maravillosa y sus esfuerzos por satisfacerme fueron encomiables, por lo que me sentí obligada a devolverle el detalle proporcionándole un rato de sexo oral. Tampoco yo había tenido hasta el momento ningún pene en la boca y no sabía exactamente lo que debía hacer, había visto películas, pero llegado el momento era mas seguro dejarme llevar por la intuición. También por un momento me asaltó la duda, pero mi determinación superaba a las dudas, quería y debía hacerlo, por lo que decididamente abrí la boca y me lo introduje muy suavemente. Estaba muy caliente y en mis labios sentía su palpitar, no tenía ni idea de cómo respondía un pene a estos estímulos, así que continué haciendo lo que supuse correcto, acariciándolo con labios y lengua mientras entraba y salía de mi boca. En ese punto ya estaba totalmente entregada y cualquier reticencia previa había desaparecido, por lo que no puse ningún impedimento cuando él se decidió a penetrarme. Tumbada boca arriba, con las piernas abiertas y semiflexionadas, Marcos se colocó encima y apuntó su pene sobre mi todavía virginal sexo. Estaba húmeda, muy húmeda, mi flujo y su saliva me habían lubricado perfectamente y su pene, también humedecido por mi boca no debía tener problemas para entrarme, pero la inexperiencia de ambos complicó más de lo esperado la penetración. Trató de hacerlo primero con suavidad, pero las dificultades y la ansiedad por conseguirlo le llevaron a realizar brusquedades que me estaban incomodando. Ante tal dificultad, cogí su pene decididamente y lo coloqué orientado en mi vagina, justo en el punto en el que debía abrirse el camino hacia lo más recóndito de mi sexo, alcé las caderas y sentí, esta vez sí, como por fin entraba produciéndome un escozor que no me permitió disfrutar plenamente del momento. Mi gesto de dolor asustó a Marcos quien se detuvo inmediatamente preguntándome si estaba bien. Asentí dulcemente y le pedí que siguiese, ahora ya no podía parar. A pesar del dolor, la novedosa sensación de tener mi vagina ocupada y de sentir como su pene entraba y salía rítmicamente, me proporcionaba una excitación que compensaba las molestias propias de la primera vez. Me abracé a su cuello y le besé largamente, aferrándome con brazos y piernas para sentirle más profundo e impedir que pudiese escaparse, mientras él una y otra vez hundía su miembro con fuertes golpes de cadera. Me sentía feliz, lo estaba haciendo, por fin Marcos estaba dentro de mí. Pero la inconsciencia propia de la inexperiencia adolescente nos hizo olvidar algo fundamental, el preservativo, por lo que llegado el momento álgido hubo de retirarse y eyacular sobre mi vientre, pudiendo ver su pene teñido de un rojo virginal.
Escocida pero satisfecha y orgullosa de haberme convertido en mujer, permanecimos abrazados un largo rato tratando de hacer interminable aquel momento tan especial de nuestras vidas.




Autor: lucia

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