Cada 15 días (1)

Hola, aquí estoy de nuevo. Soy María y agradezco todos los comentarios y mensajes que me han hecho y que me animan a seguir escribiendo. Las últimas semanas del año que terminó fueron muy intensas, en trabajo y en emociones. Había una continuación del ultimo relato que dejaré pendiente para otra ocasión. Ahora quiero contar esto que me tiene llena de emoción y sensaciones constantes por toda mi piel.
Hace como dos meses tuvimos en el trabajo una reunión general para tratar algunos asuntos pendientes y preparando las estrategias de fin de año y políticas del primer trimestres de este que corre más que veloz. Estaban invitados algunos socios de otras partes del país y unos cuantos que trabajan en otros países donde la empresa empieza a tener presencia. Empezó con una presentación en el salón de un hotel muy bonito de mi ciudad. Todos reunidos con exigente puntualidad y rigoroso cuidado en el vestir. Hacía frío y nadie se quitaba los abrigos. Yo estaba con un traje sastre, pantalón ajustado, camisa a la medida, saco al talle de un botón y abrigo de lana, zapatos altos de charol. Una boina me cubría la cabeza del viento que se colaba por el lobby. No hubo presentaciones previas. Directos al trabajo, todos en su asiento, muy amables conversando. A mi lado dos visitantes, uno del norte del país, grandote, bigotón, muy bromista y de sangre ligera, muy amable y transparente. En el otro asiento a mi lado un hombre bellísimo, sí, bello; altísimo, como de 1.90 o algo así, manos grandes imponentes, guapo, moreno claro, ojos negros, o casi, cabello rizado perfectamente cortado, olía increíblemente varonil, limpio, muy bien afeitado y con una sonrisa que podía hacer caer a cualquiera, su nariz rayaba en lo exagerado, pero siempre me han gustado narigones, no sé por qué. Se presentó como Bruno y me dijo que venía de la capital, pero que su familia era de un estado del norte. Me sonó raro porque no tenía mucho aspecto de italiano, pero se escuchaba muy bien por el tono de su voz. Me fijé en su cuerpo cuando se desabotonó el saco para sentarse a mi lado, macizo, ancho, fuerte, con un pecho y hombros como de nadador, un gigante para mí. Su corbata me encantó por el buen gusto y la combinación. De reojo recorrí la corbata hasta el final, y más abajo, hasta su paquete (todas lo hacemos en todas partes, no perdemos detalle). Estuvimos conversando los tres un rato antes de que se apagaran las luces y se realizara la presentación. El simpático de un lado puso toda su atención a la misma, haciendo anotaciones en su libreta. El otro me sorprendió a los 5 minutos acercándose a mi oído para hacerme preguntas. No me importaba que me distrajera, más bien estaba turbada por su presencia y su cercanía. Quiso saber de qué departamento era gerente, si me gustaba mi trabajo, si era casada (sólo confirmando el dato al ver mi argolla en mi mano). No me quedé atrás y pregunté todos los datos de rigor. También resultó casado. Qué novedad, un hombre así, pasando los 40 años, con familia lejos, dos hijas adolescentes. La plática fluyó tan bien que cuando nos dimos cuenta se encendieron las luces y los aplausos terminaron la presentación.
Nos fuimos entonces al restaurante donde estaba todo preparado para ofrecernos una comida deliciosa y vinos de buena selección. El bigotón estuvo bromeando y haciéndonos reír a varios que hicimos un grupo algo nutrido, como 10 personas divididas en dos grupos de 5, escuchando sus anécdotas y bromas a lo largo del trayecto por un largo pasillo. Bruno venía con nosotros pero se quedó en el grupo que nos seguía a unos pasos. En un voltear a mirar nos quedamos viendo y sentí entonces una atracción muy fuerte hacia ese hombre. Y él me recorrió con la mirada, y sonrió de manera muy natural, demostrando satisfacción ante lo que veía.
Cuando tomamos asiento en la mesa lo perdí un momento de vista. Dos nuevos compañeros me flanqueaban. No quise ser obvia buscándolo. Algo me decía que habría tiempo para volver a platicar con él. Sirvieron la comida, la disfrutamos con el vino, se pronunciaron buenos propósitos y felicitaciones. Y empezó entonces la música para los que quisieran bailar.
El de al lado me tendió su mano invitándome y la verdad me apetecía bastante luego de tanta comida y bebida. Bailamos separados, no era su intención andar de galán. Luego de dos piezas nos dirigíamos a la mesa cuando una mano que no vi me tomó del brazo con firmeza, sin ser nada brusco. De inmediato di vuelta algo molesta porque el dorso de su gran mano alcanzó a rozar mi seno a pesar de la ropa. No pude decir nada, de repente me encontré con esos ojos casi negros.
- No pensarás sentarte ya, ¿verdad? -, me dijo llevándome de regreso a la pista sin que yo pudiera decir absolutamente nada. Con naturalidad y algo de distancia puso una mano en mi cintura y la otra sosteniendo mi mano para guiar el baile. A pesar de los zapatos de tacón apenas alcanzaba sus hombros. Su mano en mi cintura me abarcaba casi al inicio de mi cadera. Mitad de su mano cubría ya la tela de mi pantalón. La distancia nos permitía mirarnos de frente. Noté una hendidura en su mentón, un lunar bajo su ceja derecha, su piel. Cuando reía se le hacían patas de gallo casi simétricas en los ojos y también arrugas en sus mejillas (un hombre hecho y con pasado, pensé). Había cosas que no escuchaba por estar estudiándolo, y cuando reía por descubrirme en la luna me preguntaba dónde estaba.
- En tus ojos, y no quiero salirme - , pensaba mientras le contestaba cualquier cosa.- ¿Qué vas a hacer cuando todo esto se termine? -, entendí su pregunta como más allá de la reunión de trabajo.- Seguir viviendo, ¿y tú? -, le reviré para descolocarlo, no quería que se sintiera tan seguro.- ¿Avisarás a tu casa que te llevaré a tomar algo más tarde? -, esa seguridad me encantaba.- No sé si pueda, tengo pendientes y cosas importantes que hacer -, la presa juega a ser quien toma la decisión.- Me gustas mucho, eres una mujer preciosa y ya te metiste en mi cabeza -, esto último lo dijo depositando cada palabra como un susurro muy cerca de mi oído y poniendo su mano en mi espalda. Sentí su calor a través de mi ropa. Me fascinó.- Vienes de muy lejos, ¿qué quieres? -, insistí.- Sólo tomar algo contigo, sin gente y sin ruido. Tú dime el lugar, te dejo la elección porque no conozco tu ciudad -, me cedió la iniciativa, y aunque quería llevármelo directo a un hotel no podía ser tan fácil. Es mejor dejar que las cosas se contengan para luego dejarlas fluir con toda su fuerza, como una presa que se desborda. – Anda, es temprano, si quieres te dejaré temprano donde me digas.- Está bien, vamos a un café que está a dos calles de aquí. Podemos dejar los autos en el hotel, luego regresamos por ellos (y por si se nos antojaba quedarnos juntos ahí, siempre me adelanto y planeo todo para no sufrir luego).- ¿Nos vamos ya? -, tenía prisa por llevarme, se le notaba ansioso pero controlado, dueño de la situación. Me sonrió no sólo con su deliciosa boca que se antojaba para perderme en ella largas horas; también con sus ojos que derretían.- Está bien, voy por mi abrigo. Que no nos vean para no dar de qué hablar a nadie.- Estoy de acuerdo, voy primero si quieres, te esperaré en la esquina, fumaré un poco.Me fui al baño primero a ordenar mis ideas. Estaba abierta a lo que fuera, me encantaba ese hombre y si quería me lo iba a comer. Llamé a casa para avisar. Mi marido me dijo: - Está bien, ya sabes, precauciones, hules, no te preocupes, sólo avisa dónde andas y si te espero o no para apagar las luces y cerrar bien la casa.
Me maquillé para recuperar lo perdido por la comida y bebidas, arreglé mi cabello y mi boina, estaba muy guapa, me gusté en el espejo, ajusté bien mi ropa y respiré hondo. Tomé mi bolso y mi abrigo y salí. Sólo me despedí de los conocidos, algunos, y los jefes grandes.
- María, pensé que si iba a quedar más tiempo, ¿debe partir? -, me preguntó el dueño de la empresa.- Sí, señor, le agradezco la invitación, debo hacer algunas cosas.- Ni hablar, nos perderemos de su belleza y su agradable compañía, vaya y tenga cuidado.- Gracias, señor, nos vemos el lunes.
Salí a la calle casi con ansias. Busqué hacia un lado y hacia otro y no estaba. Caminé hacia un lado y al acercarme a la esquina más cercana no podía verlo, había mucha gente caminando con prisa y sin poner atención a nada, perdida en su mundo. Doblé la esquina y sólo me topé con un zapatero que resistía estoico el viento que soplaba por la avenida. No podía esperar ahí, decidí volver al hotel y si no me lo encontraba de nuevo, regresaría a bailar o a hablar de negocios con otros allegados a la empresa. Justo estaba pensando eso cuando siento de nuevo esa mano ya familiar en mi brazo, haciéndome voltear rápido y con un reflejo de autodefensa.
- María, soy yo, no te enojes, te esperé afuera y no salías. Terminé mi cigarro y no aguantaba el frío, soy muy friolento y necesito calor. Fui a la tienda de enfrente a comprar más cigarros.- Está bien, Bruno (primera vez que lo pronunciaba, y primera vez que lo hacía con la intención y la modulación de voz necesaria para que le retumbara en los oídos, su nombre dicho por mí), pero no me sorprendas de espalda porque reacciono de mal genio, soy muy temperamental.- No volverá a ocurrir, te lo prometo. Ahora dime a dónde vamos porque me estoy congelando.
Nos fuimos caminando al café. Por cada paso suyo tenía yo que dar tres. Cruzamos calle dos veces y en ambas me tomó del brazo para cruzar con él. Me sentí protegida y acompañada de un caballero, cosas que una va palomeando antes de dar pasos al frente. Él estaba llenando mi lista de palomitas.
Elegí un café de estilo francés. Mesas redondas pequeñas para dos, que si se tiene cierta estatura el choque de piernas es inevitable al sentarse. Y se tiene mucha cercanía para platicar y para crear cierta atmósfera de intimidad. Estando de frente, sentía el calor de sus piernas muy cerca de las mías. Apuramos dos cafés acompañándolos con brandy. Estaba más que contenta, alegre. Platicamos de mil cosas hasta que nos fuimos contando cosas más íntimas. La confianza crecía con rapidez, me hacía bromas y palmeaba su mano sobre la mía cuando le festejaba alguna ocurrencia. Lo vi intensamente a los ojos e hice que acompañara mi mirada recorriéndolo lentamente hacia abajo.
- Deja de mirar mi nariz, es gigante pero me gusta por ser única -, dijo en broma.- Sí que lo es. Pero no está mal. Te da cierto aire de realeza.
Seguí mirando hacia abajo y me detuve en sus labios. Deliciosos labios en realidad: carnosos, suaves, de líneas definidas y equilibradas con el resto del rostro. Daban ganas de morderle el labio inferior, y abrir su boca para perderse en ella. Me imaginé un beso y empecé a excitarme.
- ¿Qué tiene mi boca? -, había entrado en el juego seductor de adivinar lo que pasaba por mi cabeza.- Nada… bueno… no sé… -, dije con cierta duda y algo nerviosa.- ¿Qué?, dime -, y sonrió con esa media sonrisa que puede hacerme temblar.- No sé cómo lo tomes, pero se me antoja un beso tuyo y como tú no me lo pides, te lo pido yo -, me hice la apenada bajando un poco la cabeza, esperando su reacción.- María, eres preciosa, pero los dos somos casados.- Ya lo sé, pero no estamos hablando de nuestras casas, estoy hablando de tu boca y de que quiero un beso ahora.- No sé, no es buena idea. Igual deseo tus labios, pero ya somos adultos para dejarlo en un beso. Quiero que sepas que me encantaste desde que te vi llegar a la reunión. Quise sentarme junto a ti porque me pareciste muy atractiva. Luego cuando platicamos y no escuchamos la presentación me gustaste demasiado y quise alejarme un poco para que no te sintieras acosada. Pero tenía que tenerte cerca y por eso regresé para bailar contigo. Todavía no quiero que termine esta velada, pero no quiero causar problemas en la vida de los dos.
Mientras me decía esas cosas cerró sus piernas aprisionando las mías en medio. El corazón me dio vuelcos. Su mano seguía sobre la mía y no la apartó. Se quedó callado un momento, y empezó a acariciar mi mano con sus dedos. La sensación me estaba matando, sentía un hormigueo por todo el cuerpo, estaba ardiendo de deseo y no me contuve más, me recargué en la mesita para ir hacia él y darle un beso en esos labios. Cerró los ojos y se dejó besar, y me devolvió el beso. Volví a sentarme y seguimos besándonos deliciosamente. Nos rozábamos los labios y los dejábamos sentir y viajar a su antojo. Mordí su labio suavemente. Los besos se volvieron húmedos e intensos. Con la punta de mi lengua delineé su labio superior. Él delineó con la punta de la suya el mío inferior. Nos separamos y su mirada se abrió de nuevo ante mis ojos llena de brillo.
- ¿Ves cómo no pasó nada?, fue un beso nada más. Si no quieres no lo repetiremos -, le dije invitándolo un poco a salir de su escondite. Quería que me dijera que quería más, mucho más. – Voy al baño, necesito tomar un poco de aire -, me levanté de mi silla y él se levantó caballerosamente. Quise quitarme el saco y él me ayudó. Lo hice porque me había dado mucho calor y porque quería que viera mi cuerpo apenas cubierto por la camisa ajustada, y mi trasero ahora descubierto enfundado en mi pantalón. Me alejé sintiendo sus ojos casi negros recorriendo mi figura. Antes de entrar al baño, miré hacia él para comprobarlo. Sí, me acompañó con su mirada los diez o tal vez doce pasos que recorrí. Estaba ardiendo, tenía la vagina húmeda y dispuesta. Solté la cola de caballo y alboroté algo mi cabello, me refresqué y sequé mi intimidad un poco. Algo había humedecido mi tanga. Ni hablar, no había ya remedio. Volví a mi mesa con una sonrisa pícara y llena de confianza.
- Estás radiante -, me dijo con los ojos perdidos en mí. Me encendió de nuevo esa pasión que se respiraba a su alrededor. – ¿Quieres ir a otro lado, María? -, la pregunta me desubicó un poco. Luego de ser algo tímido y reservado, me hacía esa pregunta. ¿Me estaría haciendo perdirle que me llevara a un hotel?, no, no podía ser, tenía que ser una pregunta por preguntar simplemente.- No sé, si quieres podemos ir a otro lugar. Hay un barecito con música algo fuerte pero muy animado. Podemos tomar algo ahí si se te antoja.- Está bien, vamos entonces -, hombre desesperante, yo quería que me invitara a un lugar para los dos nada más. En fin, todavía era temprano, podía seducirlo un poco más.
Llegamos al bar en cuestión. Uno pequeño, como para 60 ó 70 personas cómodas, y como unas 100 apretadas. Había como 110. Para pasar había que rozarse con todos y hasta pedir permiso par pasar apretados. La música y los tragos valían la incomodidad, y el ambiente era muy bueno para estar muy cerca; había que hablar al oído y mantenerse pegados para no separarse.
Estuvimos bebiendo más y más. Estaba muy cachonda. Platicábamos de frente, a veces rozando mi pecho con su cuerpo y poniendo mis manos en su pecho para hablarle al oído. Sabía que le estaba provocando. Él también ponía de su parte, menos decidido. Me sujetaba de un brazo con su gran mano, rozaba sus labio con el lóbulo de mi oreja cuando me hablaba, rozábamos las mejillas en cada acercamiento. Estábamos tan a gusto que nos desconcectamos de todo el fuerte sonido que nos envolvía y de la gente alrededor. Fue al baño y me dejó en la barra. Un joven como de 25 años aprovechó su ausencia para presentarse y decirme cosas bellas y algo atrevidas. Lo que quería que me dijera uno me lo estaba diciendo un completo desconocido menor que yo. Tuvo el descaro de quedarse platicando unos minutos cuando Bruno volvió junto a mí. Hasta se presentó con él y me gustó mucho la reacción del hombre de mis ansias recientes: sus cejas se arquearon y se le arrugó el entrecejo, fue cortés pero algo cortante; estaba marcando su territorio frente a un posible rival. Ya me consideraba para él y me alejaba de los lobos. Me sentí bien y más segura de que la noche todavía no terminaría. Ya en un rincón Bruno se acercó algo serio.
- ¿Qué quería ese tipo?, no te quitaba los ojos de encima y supongo que llegó apenas me había ido.- Nada, ya sabes, ligar, se veía muy intenso.- ¿Te gustó?- No, él no. Su actitud y su decisión sí, bastante. Pero no es mi tipo.- ¿Te irías con un tipo sin conocerlo, pero que fuera descarado y seductor?- Si es bello, sí, ¿por qué no lo habría de hacer?. Soy casada, pero ya te conté cómo son las cosas en casa. Puedo ir y venir mientras tenga cuidados y no comprometa la relación sentimentalmente.- Nunca había conocido alguien como tú. Me atraes mucho. Me encantas.
Me estaba ya abrazando para decirme estas cosas. Le correspondí el abrazo en silencio rodeando su cintura y pegando mi cabeza a su pecho. Se sentía bien. El corazón rebotaba en mi sien, podía sentirlo. Nos volvimos entonces a besar. Su saliva con sabor de alcohol me encantaba. Con mis manos acaricié toda su gran espalda, clavé mis uñas suavemente y lo recorrí hacia abajo. Lo tomé de la cadera y lo atraje a mi cuerpo. Su pene estaba ya listo, lo sentía en mi vientre picando a través de la ropa. Sentí sus manos haciendo los mismos recorridos que las mías, como espejo, recorriendo mi espalda, bajando a mis nalgas con algo de dificultad por su altura, pero lo ayudé parándome de puntillas. Estuvimos comiéndonos a besos y caricias. Le metí la lengua lo más que pude y le volví a morder el labio. Me respondió de la misma manera. Lo dejé entrar en mi boca y recorrerla a su antojo. Estábamos muy apretados entre mucha gente. A nadie le importa en lugares así.
De repente, sentí una mano que no era de Bruno apretándome descaradamente una nalga y bajando hasta colarse en mi entrepierna y hacer presión hasta mi vagina, no sé de quién era, pero no quise saberlo, estaba perdida en los besos y él también. La mano estuvo sobando mi entrepierna con toda libertad. Hasta abrí un poco las piernas para hacerlo más fácil. Me sentí muy puta, pero lo estaba disfrutando. Me excité pensando que era la mano del joven descarado que se me acercó previamente. Nunca lo vi. De pronto esa mano dejó de tocarme y me dejó encendida como antorcha.
- Necesito aire, Bruno, llévame afuera -, le rogué. Salimos y el frío estaba ya bastante fuerte. Abrió su saco para abrazarme y abrigarme con él y su cuerpo.- María, ¿qué haremos?- Lo que quieras, vamos a un hotel.- No puedo, sería un error.- No estás en tu ciudad, estás lejos. ¿Qué más da?, los dos lo deseamos.- Te deseo, pero eres demasiado. Una mujer tan especial me va a llegar muy hondo y te tendría presente aunque estemos lejos cientos de kilómetros.- Como quieras. No voy a ser quien insista -, ya me estaba desesperando su indecisión.- Vamos al estacionamiento. Te dejaré en tu auto.
Caminamos sin decir nada. Lo alejé de mí y caminamos separados por la calle. Llegamos al estacionamiento oscuro y ya casi vacío. Apenas unos autos seguramente de huéspedes y turistas.
Antes de llegar a mi automóvil, pasamos por el de él. Me detuvo para que lo esperara a que sacara una bufanda. – Ya para qué -, pensé.
- María -, no te enfades conmigo. Trata de entender -. Me había recargado en su auto y él me acorralaba recargándose en el mismo con las manos teniéndome sin salida.- No te comprendo. Nunca pensé que un hombre podría negarse a una mujer dispuesta.- Debo hacerlo. Si te llevo a un cuarto…, mañana me voy…, no puede ser…, estoy perdido…, si no te hago el amor ahora lo lamentaré y si lo hago también por no poder repetirlo.- ¿Y no es mejor arrepentirse por lo que se hace y no por lo que nunca se hizo?
Cuando me di cuenta que lo había dejando callado y pensativo, le puse los brazos en el cuello y lo besé con lentitud. Se dejó besar y se apretó a mí contra el auto. Fueron besos apasionados pero muy lentos, suaves.
- ¿Podemos platicar adentro del auto?. Quiero que sepas que estaré viniendo cada quince días para mostrar avances en un proyecto que tengo con tu jefe.- Está bien, pero un rato nada más. Si no vamos a ir a ninguna otra parte, preferiría llegar no muy tarde a casa.- Gracias, María. Te dejaré ir en unos minutos. Quiero quedar bien contigo.
Nos metimos en su auto, me contó más del trabajo y también me llenó de elogios y disculpas.
- Quiero que salgamos como amigos. Como hoy. Llevarte a tomar un trago, o un café. Sería cada quince días. Por eso no quiero terminar contigo hoy en una cama. Luego no querrías verme por las reglas de tu casa. Quiero que estos encuentros nos devuelvan a casa llenos de alegría y de ganas. Déjame intentar. Será difícil desearte y no tomarte. Pero tampoco me quiero alejar de ti tan pronto.
Aunque no estaba tan convencida, sus argumentos no resultaban tan necios. Podríamos salir cada quince días y seguiríamos jugando a seducirnos. Luego cada quien vaciaría sus ansias en casa y así todos contentos. El plan no era tan imposible de realizar.
- Está bien, sólo por lo mucho que me gustas -, me sonrió agradecido y se acercó con decisión para besarme.
Estaba con un recién conocido en su auto, en el estacionamiento de un hotel, a oscuras, solos, besándonos como estudiantes furtivos. No estaba nada mal. Volví a sentir cosquillas por mi piel y ansias en mi intimidad. Sus manos recorrieron mi cuerpo, desabotonó un poco mi camisa y metió su cálida mano tocando mi piel y acariciando mis senos. Se vino hacia mí, sus besos me asfixiaban. Recargó mi asiento y lo tenía casi encima. Su torso cubrió fácilmente mi cuerpo. Mis manos recorrían sus brazos, su torso. Alargué un brazo para alcanzar su voluminoso paquete que parecía estar reventando su pantalón. Nos dimos una cachondeada terrible. Estaba hecha agua. Me besaba la boca, y con su lengua y sus labios probaba mi cara, mi mentón, mi cuello.
- Papi, me tienes muy caliente, ¿me vas a dejar así?.- Sí, preciosa, quiero que hoy hagas el amor pensando en mí. Te prometo que cuando yo lo haga en casa pensaré en este momento y estaré haciéndolo contigo a la distancia.- Ya déjame entonces, papacito, o te voy a obligar a violarme aquí mismo.- Está bien, María, debemos terminar esta noche así.
Tomamos aire abriendo las ventanillas. Acomodamos nuestra ropa. Me acompañó a mi auto. Nos despedimos con un breve pero intenso morreo. Prometió llamarme al volver, justo en quince días.
Este es el inicio de esta aventura con mi amigo Bruno. Llegué a casa como fiera. Mi esposo quedó rendido y satisfecho, agradecido y enamorado igual que yo. Pero tenía que pensar en los futuros encuentros con Bruno. ¿Seguiríamos así, o llegaríamos a algo más?

Escrito por soyonosoy

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